A principios de mes, un grupo de investigadores de la Universidad de Kyoto anunciaba que había dado lo que podría ser un paso importante para acabar con la infertilidad masculina. A partir de células madre sacadas de un embrión de ratón, habían conseguido generar un tipo de célula que, una vez inyectada en los testículos de ratones estériles, se ponía a fabricar espermatozoides.
Habíamos leído ya anteriormente, noticias parecidas, aunque es la primera vez que se consiguen espermatozoides que se puede demostrar que funcionan de verdad. Los espermatozoides fueron de suficiente calidad como para fecundar óvulos in vitro y estos óvulos, una vez implantados en ratones hembra, dieron lugar a toda una camada de ratones aparentemente sanos.
La implicación inmediata es que si alguna vez conseguimos aplicar esta fórmula a los humanos podríamos curar todos los casos de infertilidad debidos a que el varón no fabrica la cantidad necesaria de espermatozoides. Es una previsión un poco optimista, es cierto, porque recordemos que nos harían falta células madre embrionarias con el ADN del paciente, algo hoy por hoy técnicamente imposible (y éticamente espinoso)...
Lo importante de esta noticia, según mi punto de vista, es que nos permite elucubrar un poco sobre el futuro de este tipo de investigación. Técnicamente estamos cada vez más cerca de poder obtener espermatozoides funcionales a partir de células madre humanas, esto es indiscutible. Y si echamos mano de las famosas células reprogramadas, podríamos incluso superar el problema de tener que clonar y destruir embriones.
Ampliemos un poco las posibilidades y miremos más allá de la infertilidad. En teoría, una vez perfeccionado el método no hay nada que indique que no pudiéramos fabricar un espermatozoide a partir de una célula de una mujer en lugar de la de un hombre. ¿De qué nos serviría esto? Por ejemplo, para que una pareja de lesbianas pudiera tener una hija (un hijo no, porque ninguna de sus células contiene el cromosoma Y que define a los machos) que fuera biológicamente de las dos. Y sin necesitar un hombre en ningún momento. Esta es una posibilidad que da un poco de miedo. Con un avance así, los matriarcados radicales de las historias de ciencia ficción serían factibles. ¿Acabarán convirtiéndose los hombres en algo prescindible?
Sigamos especulando. De la misma manera que generaremos espermatozoides, algún día podríamos tener el mismo éxito con los óvulos. Puede ser un poco más difícil, pero no creo que imposible. Esto sería la otra cara de la moneda: una pareja de hombres podría tener un hijo (o una hija, porque nosotros sí que tenemos el cromosoma X necesario para dar lugar una hembra) que, otra vez, sería descendiente biológico de los dos. El único problema en este caso (y no es algo que se pueda solucionar tan fácilmente) sería encontrar un útero donde incubar el embrión. A falta de saber fabricar úteros mecánicos, seguiríamos dependiendo de las mujeres para reproducirnos. Sea como sea, todas estas posibilidades implicarían un cambio bastante radical sobre el concepto que la mayoría tiene de paternidad.
Este es sólo un ejemplo de que los progresos biomédicos que se avecinan nos están empujando a un territorio aún sin cartografiar. Por fascinante que nos parezca en estos momentos, será necesario plantearse una serie de cuestiones sociales y morales antes de que sea demasiado tarde y nos encontremos cara a cara con un futuro en el que la sociedad tradicional a la que estamos acostumbrados ha dejado de encajar.
Fuente: S. Macip para elmundo.es